Me levanto por la mañana y me asomo a la ventana. Veo el cielo oscuro otra vez, volverá a llover. Y cierro los ojos, y el fuerte aire me revuelve el pelo. Y me veo bajando del autobús en la última estación, buscándote con la mirada entre cabezas y maletas. Y allí estás, y corro, y me olvido la maleta, y te abrazo, y me besas, y recuerdo mi maleta, y vuelvo a por ella, y cuando me doy la vuelta estás detrás para besarme otra vez. Y abro los ojos. Y yo no me he movido ni un palmo de la ventana, y el viento no ha dejado de soplar.
Y tengo miedo, porque mis instintos me superan, apenas consigo controlarlos un poquito.
Salgo a la calle y el sol me hiela. Noto como si no fuese yo, sino una extraña que se divierte revolviendo mis entrañas, arrancando a su antojo los secretos más profundos de mi ser.
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Y me siento estúpida cuando no puedo decirte que te quiero. Y la confusión se apodera de mi rostro en la soledad, e intento gritar, pero nadie me oye. Y noto cómo poco a poco, me asfixio con mi propio aire.
Y él llegó...
Y me besó...
Y me salvó...
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