Llovía. Llovía mucho. En la calle, señoras con paraguas y niños con chubasquero andaban lo más deprisa posible para llegar a sus destinos. Yo estaba allí, resguardada, en la que solía llamar mi casa. Sin embargo, me vestí, me calcé las botas por encima de los pantalones y me puse la capucha. Recuerdo exactamente las palabras que pasaban por mi cabeza en el momento de cruzar la puerta. Supe que jamás volvería.
Y entonces eché a correr, salté en todos los charcos del camino, grité, reí, canté y, con la capucha quitada y el pelo empapado, te besé. Y supe que, allí donde tu estuvieses, estaría en casa.
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