Otra vuelta más. Empieza a entrar luz por la ventana. Seguidamente me estiro aunque sé que estoy perfectamente espabilada y miro el reloj. Las 7 de la mañana. Antes de que suene, apago el despertador y palpo la mesa buscando mi cajetilla de tabaco, sin éxito. Me fumé el último hace un par de horas. Suspiro.
Salgo de la cama y me acerco al baño. Me miro en el espejo. Las ojeras empiezan a verse mucho más profundas que hace unos meses. Estoy cambiando. La madurez ha venido acompañada por sus problemas, y con éstos, las noches en vela.
Vuelvo a la habitación, estiro el nórdico y me echo encima. Y pienso. Pienso en el tiempo atrás. Pienso en las peleas con mis hermanos, en mi primer beso, mi primera vez. Pienso en cuando te conocí. Y me doy cuenta de que me has visto crecer.
Me has visto fallar. Me has visto llorar y reír. Me has visto aguantar y ser inaguantable. Has visto cómo, poco a poco, me daba cuenta de lo que era correcto e incorrecto, de lo que estaba bien y de lo que estaba mal. Sonrío. Parece mentira que haya pasado ya tanto tiempo.
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