Las nubes siguen cayendo y mi respiración funcionando, pero eso no es malo. Al fin y al cabo, ¿qué importa mi voz? Tan sólo soy una parte muy pequeña de mi misma.
Es como cuando te tumbas encima del edredón y el techo no para de dar vueltas. Pero tu no te mueves ni un sólo centímetro, permaneces absolutamente quieto y callado esperando que la cordura piense que estas muerto y se marche a acompañar a cualquier otro en su trayecto. Y allí te quedas tu, solo con las voces de tu cabeza, que también te abandonan porque allí no se encuentran a gusto. Ya no eres tú. Eres tú solo.
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