Perdí la noción del tiempo, dejé de saber donde estaba mi cuerpo para sentir donde estabas tú. Los sonidos penetraban por mis oídos pero aún así no escuchaba absolutamente nada. Quizás de vez en cuando el suave pero rápido correr de la sangre por mis venas o el ruido de mil pequeñas tuercas desprendiéndose de mi cabeza. La cordura se ha encargado de alimentar a la locura y ya no se si hacer cabriolas o tumbarme en el césped a soñar con la caída del cielo.
No quiero (ni debo) admitirlo, pero este es mi refugio. Y sí, te echo de menos.
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