martes, 20 de abril de 2010

No.

Él se sienta en la cama, ella encima. Le besa, le empuja y le tumba. Sigue besándole, sujetándole la cabeza con las manos temblorosas. No abre los ojos, prefiere imaginar. La barba de tres días le irrita los labios, pero le encanta. Suavemente, le quita la camiseta, se desnudan, el uno frente al otro, ya no hay marcha atrás. Tampoco iba a darla. No puede. La sangre de sus cuerpos empieza a arder, ahogándolos entre jadeos. Firmemente, la tumba en la cama, ella se deja hacer. Con los ojos cerrados, una lágrima se escapa de sus ojos. Pero no escapará ninguna más. No va a seguir engañándose. Por mucho que continúe queriéndole.

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